viernes, 1 de agosto de 2008

Cupido es Eso




Hace un par de meses que mi viejo me hizo un regalo que yo nunca le pedí.
Cansado de verme desanimado en mi tarea de conseguir una novia, en lugar de regalarme una membresía en algún club, o unas vacaciones en algún tour de solos y solas, me regalo a Eso. Pensó que como a él le había resultado la técnica del enganche con mi vieja, a mí también me daría resultado. Así que me lo obsequió junto con una bolsa que contenía un kilo de roast beef y una lista de los usos que podía darle a mi nuevo compañero.
Le puse Eso porque no tiene ningún rasgo que lo haga peculiar. No se parece ni a Scooby-Doo, ni a Snoopy. Más bien parece un personaje digno de alguna historieta, sin ser ni Diógenes ni Mendieta. Eso es un ser vivo amorfo, que come las sobras de mi plato y que se despierta de madrugada cuando con alguno de mis movimientos, lo tiro de la cama. Sin embargo se que me quiere. Todas las mañanas me mira desde la puerta del baño mientras me afeito. Los domingos, se sienta al lado mío mientras leo el diario y en la semana se pone feliz al escuchar el sonido de la llave en la cerradura, señal de que estoy de vuelta del laburo. En reconocimiento a ese cariño que me tiene, le construí un monoambiente de madera en el patio, pero al muy malcriado le encanta acostarse conmigo, así que a lo que iba a ser su casa lo uso para guardar herramientas, y hasta le coloqué dos macetas como para justificar la molestia que me tomé en fabricarla.


Descubrí que Eso es un celoso empedernido que tiene miedo de perderme
Desde que lo tengo, jamás me dio una mano para abandonar mi soltería, tirando al tacho las hipótesis de mi viejo de que serviría de anzuelo para las minas. Su regalo fue algo así como un cazabobos fallado.
La primera vez que quise usarlo para enganchar algo, fue en el Parque Saavedra. Eso caminaba al lado mío, con su usual fatiga, cuando vi a una rubia enfundada en calzas azules que me llamó la atención. Me acerqué, con la cara de gil que me caracteriza y la mente en blanco, rogando que al abrir la boca me saliera algo que a ella no le sonara lo suficientemente ridículo como para al menos poder cruzar un par de palabras. Todo lo que me salió de arranque fue “hola”, y ella agregó “que tal”.Después la típica, “venís siempre acá, está linda la tarde” y cosas banales del estilo. Mal que mal, hablábamos, y yo me sentía satisfecho con el acercamiento, y hasta en el fondo le agradecía a mi viejo por el monstruito que me había regalado. Hasta que zás, el loco se me piantó, y tuve que salir corriendo detrás de él que ya me llevaba una cuadra de ventaja, por lo menos. Corrí como si el hecho de no alcanzarlo y perderlo para siempre, me convirtiera en un ser infame ante los ojos del mundo y de las sociedades protectoras. Por suerte se detuvo a curiosear el triciclo de un pibe, así que cuando lo alcancé estaba de gran jarana con su amiguito nuevo, y yo con los bofes afuera, como diría mi abuela si viviera. Le pegué sobre la remera de river, a la altura del diez que lleva en la espalda, y lo obligué a que me acompañara a buscar a mi posible candidata. Cuando llegamos, ya no estaba, y por un instante sentí ganas de ahorcar a Eso que me miraba con ojos de condenado yendo a la guillotina. Esa fue la primera vez que lo perdoné.




Se me ocurrió buscar alguna médica que lo controle. No porque estuviera enfermo, sino para entablar diálogo con alguna mina teniendo un motivo concreto, porque si hay algo que me cuesta es encarar a las mujeres. Yo no soy como El Negro, o como Esteban, que van a bailar y vuelven con tres o cuatro teléfonos. Yo vuelvo con un pedo violento, de tanto que chupo para amenizar mi timidez, y lo único que tengo al día siguiente es una resaca tremenda que me mantiene hecho una piltrafa agarrado al control remoto, sin salir de la cama.
Busqué por el barrio, hasta que a unas doce cuadras de casa, encontré uno de estos locales, atendido por una linda pelirroja de pelo lacio. Entré con Eso, perfumado y cepillado, y le dije que quería que le hiciera un chequeo. Ella sonrió y me dijo que pasara a buscarlo en una hora. Era un mal arranque porque me hubiera gustado que me dejara quedarme como para ir conversando mientras ella lo auscultaba o le revisaba los molares, pero no me desmoralicé y volví a los cincuenta minutos con la ilusión de que le hubiera encontrado algún malestar.Nada grave, pero algo para lo que ella tuviera que venir a mi casa una o dos veces al menos.
“Te salió sanito, tráelo en seis meses”, dijo cuando me vio entrar. Y me fui con otra frustración al bulo, mientras me pareció ver que Eso sonreía.



Un domingo, en vez de leer el diario en casa, decidí irme con Eso a desayunar a un bar. Hacía un frío solo apto para esquimales, así que me puse el gamulán y a Eso su buzo a rayas. Los dos emponchados, nos fuimos caminando por Cabildo, para el lado de General Paz. Después de varias negativas a dejarme entrar con él, y de mi inútil argumentación de que afuera estaba helando y yo quería tomar un café con leche, no nos quedó otra que sentarnos en una mesa de la vereda.
Salvo una oriunda de Siberia, estaba seguro que ninguna minita iba a querer desayunar a la intemperie, así que me tomé el café sólo para entrar en calor, hojeé el diario a la velocidad de un rayo, y nos volvimos a acurrucarnos los dos junto a la estufa eléctrica. Lo único que gané ese día, fue una gripe de locos, que me mantuvo ausente del laburo por tres días.
Después de tanto intento fallido porque Eso me sirviera de cepo para conseguir una chica, tuve que aceptar que él no era de esos amigos gauchitos, que se toman a pecho lo que le pasa a uno, y que jamás iba a hacerme la segunda en esto de abandonar el celibato.






El 24 de septiembre está marcado en mi agenda con una cruz en birome azul porque nunca fui bueno para recordar las fechas y me dio miedo olvidarme de ese día.
Era sábado y el sol pegaba justo sobre la casita de madera y los dos potus que había plantado en macetas de barro de las que venden en el Tigre. Cansado de estar en casa haciendo nada, le calcé la remera a Eso y nos fuimos de paseo por Barrancas. Le compré una garrapiñada al tipo de la estación, y me fui comiendo los maníes mientras le contaba a Eso mis ganas de cambiar de laburo. Le dije de la cama que le hicieron a Esteban, que la gente no tiene códigos, y que por un ascenso pisan la cabeza de cualquiera. Eso me miraba sin entender, pero yo le seguía hablando, a modo de catarsis, como si estuviera frente al psicólogo.
El se detuvo a fisgonear una bolsa de basura, y yo le expliqué que los bien educados no hacen tales cosas, y mientras lo sermoneaba se me escapó hasta la puerta de la librería y se quedó parado en el escalón. Lo llamé,”Eso, Eso, veni”, pero no me daba bola. No me quedó otra que acercarme, cuando la vi salir.Sus ojos verdes se cruzaron con los míos, y yo no puedo acordarme en que otra ocasión me sentí tan desnudo como en ese momento. Ella me correspondió con una sonrisa que debería figurar en alguna página de sonrisas singulares, por encima de la de La Gioconda. Intuí que lo miraba a Eso, pero yo solo podía mirarla a ella.
“Sos tan lindo como tu dueño”, la escuché decir. Si pensaba en lo poco atractivo que era Eso, me hubiera dado cuenta de que no había sido un gran piropo, pero tal vez ella veía en mi amigo algo que iba más allá de la belleza. Aproveché el comentario, y le conté que lo tenía hace cinco meses, que se llamaba Eso porque no había encontrado un nombre mejor para ponerle, que comía solo Roast Beef cortado en milimétricos cuadraditos, pero no le dije el por qué mi viejo me lo había regalado, por miedo a terminar embarrando la cancha y que me viera como el idiota que soy.


Hoy Laura sabe la verdadera historia de por qué Eso llegó a mi vida.
También comprendimos que si no fuera por él, tal vez jamás la hubiera visto, ni ella a mí.
Hace diez meses que estamos juntos y la verdad es que estoy feliz y contento.
A la noche nos acostamos a ver la tele los tres , y los días de sol lo llevamos a que se divierta en el Parque Saavedra. Si vamos a almorzar a algún restaurante al aire libre, viene con nosotros, y se acuesta a los pies de ambos.
Solo nosotros sabemos lo que significa Eso en nuestra relación, así que en la intimidad, a veces lo llamamos Cupido. Con cariño.

lunes, 28 de julio de 2008

Una charlita con Freud





Una charlita con Freud


I

No tengo ni idea de por qué le cuento esto.
Pensé que en un punto podía servir para entender algunas cosas , no esto concreto que no tiene explicación, sino aquellas que termino haciendo igual aunque me joda.
Ya le dije una vez que voy a Jumbo, porque aunque es más caro que el resto me da más confianza, está más limpio, que se yo. Ayer estaba en la fila de la caja cuatro y había dos chicas que me miraban y se reían. La risa no era porque yo estuviera haciéndome el gracioso, ni mucho menos, sino que creo que yo en general las divertía, mi imagen, mi cara de desdichado, o mi pelada. Ahí estaban las muy soretes, codeándose una a la otra, cada vez que yo acomodaba los sachets de leche sobre la cinta transportadora para que la cajera me los cobrara. En un momento escuché que la más alta de las dos, le decía a la amiga algo como “este tipo es un enfermo”. Creo que lo dijo cuando le devolví tres leches a la cajera para que las separe como mercadería defectuosa, así le dije, porque para mi esos tres sachets pesaban menos de un litro, y no estoy dispuesto a pagar por algo donde me están queriendo cagar.
Las miré, con cara de que ya no las toleraba, pero no me animé a decirles nada para no llamar la atención del resto de los clientes que estaban en la fila. Yo trato de pasar desapercibido, y esas situaciones me ponen de mal humor. Me hacen sentir igual que cuando los profesores me decían pase usted al frente Gutiérrez, y me empezaba a latir el párpado del ojo izquierdo. Así que seguí ubicando los postrecitos de chocolate, después la variedad de quesos, y por último las gaseosas y la carne. Para hacerle más fácil la tarea a la cajera, me puse a embolsar los productos, así de paso podía poner los lácteos juntos, y cubrir con una bolsa individual cada bandeja de carne.


II

El martes, cuando estaba en el subte yendo a Tribunales, a eso de las nueve y cuarto, sentí que me asfixiaba.
Usted sabe que yo siempre viajo para el centro a eso de las ocho, pero esa mañana me habían sacado sangre, así que no pude desocuparme antes.
Mientras estaba ahí parado, con la gente incrustándome el maletín en el esternón, o rozándome la pelada con el Ámbito Financiero, sentí que la vista se me nublaba, y que se me debilitaban las piernas, igual que el día aquel en que la encontré a Marisa en el auto, en la esquina de nuestro departamento, con el jefe de la agencia en la que trabajaba. Ese hijo de puta que había venido a cenar a nuestra casa con su mujer, y que ahora estaba cogiéndose a la a la mía.
Sentí un hilo de transpiración que me recorría la columna, y un zumbido en los oídos. Al tipo que tenia al lado ya no le veía nítidamente el bigote, sino que la imagen de su cara oscilaba como un péndulo. Levanté la voz, y pedí un asiento, como podía ser que nadie se diera cuenta de que estaba blanco como las camisas que lavan en la propaganda, y que tenía cara de enfermo, y ninguno amagaba a levantarse, habrán pensado que era una joda, y yo no me iba a poner a explicarles que con la salud no se jodía, que solo quería sentarme para no caerme como un mamut arriba de los pasajeros y que todos se rieran a costa de mi malestar. Al final me senté, porque a un tipo se ve que le di pena. Me abaniqué con la agenda que llevaba en el portafolio y a duras penas me arrastré hasta tribunales.
Se me hizo largo el día, porque además de todo lo que me había pasado, no había podido parar en El Molino a tomar mi café con medialunas de las 9 de la mañana, y tuve que pedir que me lo trajeran a la oficina, y usted sabe que para mi no es lo mismo.

III

El jueves me la crucé a Marisa.
No se lo dije antes porque como estoy en plan de olvidarla, ahora que ya salió el divorcio, quería ver si me aguantaba las ganas de contarle, pero ya ve que no puedo. Estaba en el shopping, con una amiga, yo había ido solo a comprarme un dvd nuevo porque el que teníamos se lo quedó ella y todavía no había tenido ganas de ver una película, hasta esa tarde, justo.
La verdad que la vi bien, un poquito mas gorda, pero bien. Se acercó ella a saludarme, como estas, yo bien y vos.Nos quedamos ahí sin saber que decir después de la formalidad del saludo, la amiga se presentó, creo que dijo Carolina, una amiga del club, así que vas al club ahora, si, empecé a hacer deportes, que bueno, eso hace bien, si, relaja, bueno me alegro que estés bien, lo mismo digo y se fueron.
Yo me quedé como un pelotudo, duro como una estatua de sal, y como se me fueron las ganas de ver una película, no me compré el dvd y me volví a casa a mirar a Tinelli.

IV

Me quedé pensando, si hace deporte, por qué está más gorda que la última vez que la vi, cuando arreglamos el tema de las cosas con las que se quedaría.Al final se llevó la cafetera express también, parece que los amigos de tenis eran mas amigos de ella que míos y entonces le correspondía quedársela a ella.
Estaba demasiado gorda para estar haciendo actividad física, para mi que esta embarazada y no me lo quiso decir para no hacerme más mierda de lo que me hizo.
El hijo de puta del jefe se ve que ya la convenció de tener un pibe, cosa que yo en cuatro años no pude. Sí, me tengo que matar, soy el mas boludo del planeta.Al final se la quedó entrenadita, yo le enseñé a cocinar sano, y no esos congelados llenos de grasas trans que comía cuando vivía sola, le enseñé a manejar y hasta a cambiar una rueda de auxilio para que no tuviera que depender de nadie, le dije que el desorden no era una buena forma de vida, que si uno tiene un cajón para las medias distinto al de la ropa interior ya empieza el día de otra manera, y me fue haciendo caso. No la pude convencer mucho de levantarse con dos horitas de tiempo a la mañana para desayunar tranquilos y dejar todo prolijo antes de irnos al trabajo, me parece que ella prefería dormir, yo en cambio a las siete menos cuarto ya estaba preparándome unos mates.

V

Si está embarazada no se que hago.
Cuatro años estuve diciéndole que teníamos que agrandar la familia, y ella que me decía , que tenia otras prioridades, como hacer carrera en la agencia, o terminar el postgrado, un hijo te va a convertir en mujer, que yo no necesito una criatura para serlo, lo decís porque no sos madre todavía, ni quiero serlo, me respondía.
Yo miraba con cara de embobado a las parejas que pasaban felices con los carritos de bebé, y ella nada, por ahí hasta miraba una vidriera con tal de no darme el gusto de reconocer que en realidad yo tenia razón, y que lo único que la iba a hacer sentirse completa era un hijo.A mi que no me jodiera con el papel de mujer moderna e independiente, si mi vieja me lo contó de chico, que toda mujer no es mujer hasta que no es madre.


VI

Eso no es gordura de brownies o de combo de Mc Donald`s, debe estar embarazada.
Yo no se que voy a hacer si otro día me la cruzo en el shopping y la veo con un bebé en brazos.
Decir que me mato sería mucho. Usted me va a decir que lo vamos a ir hablando acá, en las sesiones de los viernes, y que así voy a poder ir cerrando la historia, pero usted ya sabe que a mi me cuesta hablar de lo que me pasa, no soy un tipo fácil.
Además, no le encuentro mucho sentido a esto de sentarme en este silloncito mientras usted toma nota de las cosas que me pasan en la vida. Después de todo no estoy tan mal. Debe haber gente que tiene problemas serios, de esos que necesitan terapia si o si, no como yo.
¿Le dije que al final no compré el dvd?

domingo, 27 de julio de 2008

Casa Tomada




No le robé el título a Cortazar, sino que se lo pedí prestado porque fue el título que dió mi profesor de taller para que escribiéramos las historia que a continuación publico.


“Casa Tomada”


Todo fue prohibido desde el origen.
Se engendró como algo ilegal y de esa forma perduró hasta el presente.

Rolando estaba casado, y cansado cuando conoció a Rosalía.
Casado, con Mariana, cansado, de la vida.
Hacía doce años que estaban juntos y acostumbrados a padecer la monotonía de a dos, como si fuera una enfermedad crónica de la que se habían contagiado después de contraer matrimonio.
Tenían dos hijos, mellizos, Lautaro y Miranda, que evitaban el derrumbe de la pareja, y que prolongaban la agonía del amor que alguna vez se habían dedicado.
Rolando había llegado al punto de inflexión. Ya no toleraba ni un solo gesto de Mariana, ni una sola palabra, ni su sombra.
Mariana pasaba sus días aferrada a la idea de no dejar que él se fuera, pero no lo hacía por amor, sino para no sentirse abandonada. No le importaba el desamor de su marido, sí la desidia y el desinterés, el sentirse dejada, prescindible.

Una mañana de Mayo, Rolando se ausentó de su casa buscando zambullirse en algún bar atestado de gente que lo apartara al menos un momento de la tediosa rutina a la que estaba acostumbrado.
Allí la vio por primera vez a Rosalía. Su piel era tan blanca que se le transparentaban las venas del cuello y su pelo era tan oscuro como la noche en el campo. Cuando la oyó hablar, su voz sonaba como la de alguien que jamás ha injuriado a otro, como si tuviera la boca inmaculada, virgen.
Ella estaba sentada, envuelta en un abrigo verde, sosteniendo una taza de café caliente. Sobre la mesa había un libro, y unos lentes, pero ella no leía, sino que contemplaba un punto fijo a la distancia.
Rolando se sentó en la mesa contigua, sólo para contemplarla. Era exquisita y bella de la cabeza a los pies.


Rosalía estaba sola.
Hacía dos años había cargado su valija abarrotada de desilusiones hasta la Capital con la esperanza de rehacer su vida.
Había convivido con Darío durante dieciséis meses, en una pequeña casa en Entre Ríos, hasta que agotada de discutir sus diferencias, había tomado el primer micro que pudiera alejarla de la tormenta.
En la ciudad se había dejado seducir por sus calles y el vértigo de la gente, pero por ningún hombre.
Nadie había logrado suprimir el recuerdo de Darío.


Rolando no pudo reprimir el impulso, y comenzó a mirarla, anhelando que sus ojos se cruzaran con los de ella.
Hasta que sucedió y se descubrieron mutuamente.
Dieron paso a un diálogo trivial con la sola intención de estar cerca. El se acomodó a su lado, y ella dejó de beber el café.
Se contemplaron mucho más de lo que hablaron, hasta que cautivados por la emoción de encontrarse, se besaron sin que importara nada mas.
Esa fue la revelación del amor ante ambos. El amor en estado puro, inesperado, inocente y auténtico que los rodeaba con sus tentáculos y que cambiaría sus vidas para siempre.


Rolando hubiera querido dejar todo por ella en ese instante, pero no pudo. Recordó que la última vez que lo había intentado Mariana había amenazado con quitarse la vida de todas las maneras posibles, y sintió miedo.
Rosalía se conformaba con la idea de compartirlo, porque sabía que por más que él siguiera con su mujer, ella era la única a la que él amaba, la que le quitaba el aliento, la que lo completaba.
El decidió alquilar una casa para los dos, donde poder disfrutarse a solas sin estar escondiéndose, donde guardar los regalos que se hacían, donde pensar en el futuro juntos.

Rosalía se instaló en la casa nueva, y día tras día se dedicó a esperarlo, disfrutando de la emoción de verlo llegar cada vez que él podía inventar una mentira para su mujer.
Pasaban horas deleitándose con el cuerpo del otro, respirando amor, y transpirándolo por los poros.
Pasaron semanas, meses, años, y cada vez se hizo más difícil separarse al anochecer.
Rolando se sentía enfermo cuando no estaba con ella, y sufría de manera impensada.
Ansiaban dormir juntos, y amanecer mirándose a los ojos, pero eso estaba vedado para ellos.

Hasta que un día Rolando no se contuvo más.
Se despidió de sus hijos mientras dormían y en penumbras salió de la casa sin decir adiós a Mariana.
Espero la llegada del amanecer sentado en cualquier esquina, imaginando lo que iría a hacer, y sintiendo como se le acomodaba el alma al pensar en Rosalía y en su amor.
Cuando se hizo de día, fue a comprar provisiones como quien se prepara para una posible guerra. Pasó por la maderera y compró listones de la madera más fuerte y clavos y remaches.
Rosalía no pudo contener el asombro al verlo, cargado de bolsas que lo obligaban a mantenerse doblado por el peso y con las maderas sostenidas apenas.
Rolando traspasó el umbral de la puerta, echó llave y la arrojó por la alcantarilla.
Tomó las maderas y cubrió las ventanas. Usó los clavos y los remaches provisto de un martillo y selló todas las aberturas, para que nadie de ahora en adelante, pudiera interrumpir su amor.
Ni siquiera el sol.

jueves, 24 de julio de 2008

Cuento: "Escrito en minúscula"


glitter-graphics.com



Julieta salió de la oficina cargando su viejo bolso azul.
Esta vez, no había guardado en él su ropa de gimnasia, sino el veneno con que intentaba asesinar a Candela.


Tomó el ascensor hasta la planta baja, donde saludó al sereno de turno, tratando de mostrarse igual que cualquier otro jueves.


Julieta había conocido a Rodrigo hacía dos años, cuando estaban haciendo un curso de liderazgo para la empresa en la que trabajaban.
En ese entonces ella tenía 26 años, Rodrigo 29.
Comenzaron a hablar en los breaks y a los dos meses ya estaban viviendo juntos.
De a dos, buscaron un departamento para alquilar, y eligieron los muebles.
También de a dos, se habían ocupado de vaciarlo, una vez disputada la tenencia del televisor y el sommier.

Para ella, él había sido el primer gran amor. Para él, ella había sido una conquista más en su lista, hasta que debió aceptar que no sentía lo mismo por Julieta, que por el resto de las mujeres con las que compartía sólo una noche de sexo en algún hotel de Bs As.
Así había pasado el tiempo entre ambos. Ella luchando contra las fobias de Rodrigo y amasándole ñoquis los domingos, y él, conviviendo con el complejo de inferioridad de ella, y haciéndole masajes después de sus clases de teatro.
Hasta que el día del cumpleaños de Héctor, el contador, ella se indigestó y no puedo ir a la fiesta. Tanto intentó convencer a Rodrigo de que fuera solo, que lo logró. Y así lo vio partir del departamento que compartían en Boedo, vestido con un jean azul y camisa negra.
En ese boliche al que fueron todos, menos ella, tomaron tantos litros de champagne como veneno ella le hubiera hecho beber a la recepcionista nueva de la oficina.
La recepcionista, era Candela. Rubia, alta, de cintura pequeña y esbeltas piernas entre las que esa noche, terminaría durmiendo Rodrigo.
El había vuelto a las diez de la mañana del día siguiente: Ella lo había esperado despierta desde las tres, apoyada en el desayunador, donde derrocharía insultos proporcionales a la cantidad de días de amor que habían vivido juntos.
Ese había sido el adiós.


Julieta no tenía amigas con quien compartir lo que le había pasado.
Su complejo de inferioridad y su falta de autoestima, no le permitían relacionarse con la gente desde un lugar sano, y siempre terminaba sintiéndose tan gorda o tan baja o tan poco interesante frente al resto, que prefería alejarse para sentirse menos mal.
Así que no pudo acudir a nadie, y debió ahogar su angustia y su carencia de afecto, entre sesiones de terapia y tardes de encierro.


La mañana que definió su futuro fue aquella en que leyó la lista de invitados que había confeccionado Candela, para la despedida de Roberto, el jefe de sector.
Allí estaban los nombres de todos, escritos en birome negra.Los supervisores, los vendedores, la gente de despacho, las telefonistas.Casi al finalizar el listado estaba su nombre. Leyó : Julieta Berardi , y notó que era el único nombre escrito en minúscula.
Desde ese momento, sólo quiso matarla.


Se procuró obtener el veneno, y lo metió en su bolso.
Caminó hasta la terminal del subte y viajó sentada leyendo un libro y mascando chicle.
Bajó en Callao y caminó dos cuadras hasta la oficina.
Saludó al sereno, y cuando éste le preguntó si había olvidado algo, ella le respondió que había dejado un trabajo sin terminar.
Subió hasta el quinto piso, y pasó por detrás del mueble de la recepción.
Apoyó su bolso, y luego se quitó el abrigo.
Buscó en la primera puerta de la izquierda, donde sabía que Candela guardaba su taza de café, y encontró la azucarera.
La tomó entre sus manos como quien toma algo de cristal fino, y volcó en ella el veneno.Revolvió para que se mezclara con el azúcar hasta hacerse imperceptible.Le colocó la tapa, y la volvió a dejar exactamente donde la había encontrado.
Hizo tiempo imaginando la cara de Candela tornándose azul, y pidiendo auxilio. Y se sintió feliz.
Se divirtió con la idea de que al día siguiente a alguien más se le ocurriera pedirle a la recepcionista un té o un cortado bien dulce, y rió a carcajadas en la oficina vacía y en penumbras.
Una hora después, salió.


Paró a comer algo cerca de la pensión donde vivía desde su separación con Rodrigo, y recién después pasó a recoger las valijas.
Pagó el mes que adeudaba, y se subió al primer taxi que pasaba por la avenida.
En el camino al aeropuerto, se pintó los labios, encendió un cigarrillo, y miró con placer el pasaje con destino a Perú que sostenía entre sus manos.
Por primera vez en meses, sonrió, al ver que su nombre estaba escrito en mayúsculas.



Prólogo



No soy Borges, ni Cortázar, ni "el de arriba" me tocó con la varita...pero me gusta escribir, y estoy tratando de hacerlo cada día mejor.

Una vez mi terapeuta me preguntó si yo tenía vocación, y le respondí que no. A veces uno responde como un autómata, como por un acto reflejo.Asocié vovación con ser médica, o arquitecta o bióloga, vaya a saber.

Pero tengo un vocación, que es escribir.Desde chica, desde que me acuerdo. Siempre escribí.

Hoy le dedico muchas horas por día, y también leo mucho más que antes.

Desde que voy a Taller literario, leo con otros ojos.No me quedo solo en el relato, sino que imagino que pensaría ese escritor cuando se enfrentó a la hoja en blanco. Pienso que fue lo que quiso decirme, y por qué usó una palabra o una frase en lugar de otra. Descubro que nada lo hizo al azar, y que cada parte de su texto le llevó tiempo y dedicación.

Escribir para mi no es un hobbie. Es algo que quiero hacer bien.

Hacerlo bien significa que cada día me guste más, y que si además le gusta a los que lo leen me sentiré feliz.

Por lo pronto, la única felicidad que existe, es la que me da hacerlo, y con eso me basta.